Ambas partes tienen la
misma responsabilidad de la degradación ambiental. Esto es debido a que, según
Gilles Lipovetsky, están inmersas en el capitalismo cultural, es decir, el
mercado como una cultura global[1] el
cual tiene de base el etnocentrismo de los imperios premodernos que definen la
personalidad del actual Norte. La idealización que provoca es que los países
del Sur quieran llegar a ser como ellos, siguiendo sus mismos pasos y reglas,
como lo plantea el desarrollismo.
Repetir el mismo proceso no
sólo es erróneo porque se trata de situaciones, capacidades y tiempos
diferentes, sino, también, es un estancamiento del progreso y un desgaste del
medio ambiente. Aunado a lo anterior, Hector Ariel Olmos afirma que, el
“desarrollo” es el mito fundador del Occidente moderno para determinar el
futuro de las naciones industrializadas[2].
Tanto por parte del Sur
como del Norte ha habido una crisis ética. La idea de los países en países en
vías de desarrollo por tener la oportunidad de llegar a ser desarrollados los ha
cegado de la importancia del entorno para la supervivencia de la humanidad[3]. Ésta
racionalidad económica no es resultado de una evolución natural del pensamiento
humano, sino es el resultado del capitalismo mercantil desde las primeras
conquistas.
[1] Gilles Lipovetsky y Hervé Juvin, “El reino de la hipercultura”, El Occidente globalizado. Un debate sobre la
cultura planetaria, Editorial Anagrama, Barcelona, 2011, pp. 11-28.
[2] Héctor Ariel Olmos, “Cultura y desarrollo”, Cultura: el sentido
del desarrollo, CONACULTA- Instituto Mexiquense de Cultura, México, 2004, pp.
69-84.
[3] Ibídem.
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